Entrevista a “Don Ricardo”.

 

La solidaridad es una palabra “fácil” de escribir, incluso de pronunciar, pero compleja de vivir y difícil de convertir en una filosofía de vida. No obstante, es la vocación de solidaridad la que le da fundamento a los tipos de asociatividad que son primordiales para el desarrollo de las comunidades.

Para ejemplificar cómo es la vida de las personas de nuestros barrios, un universo de historias que motivan, les presentamos, con un nombre ficticio – a su solicitud – una de estas vidas que nos encontramos cada vez que nos atrevemos a escuchar a nuestros vecinos, los reales héroes cotidianos de nuestros barrios.

A esta persona a la cual llamaremos “don Ricardo” no le gusta dar su nombre. Prácticamente, al descubierto ha estado ocultándose de todo, de todos y en especial de sí mismo.

Su labor diaria le permite momentos de meditación. Me mira y me dice que a veces no quisiera sentir tanto silencio. Trabaja como jardinero. Se siente muy orgulloso de embellecer los espacios de la institución y le encanta cuando alguien de manera desprevenida se fija en sus matas como él las llama.

En don Ricardo se pueden resumir todas las tragedias que a un individuo le pueden pasar. Aunque su padre era campesino, él nació en la ciudad a donde habían huido por la violencia rural. Vivió en un barrio de ladera donde la pobreza y las limitaciones son la cotidianidad. Una cotidianidad densa plagada de “fronteras invisibles”, campaneros y prepagos. Un espacio donde las mujeres se las rifaban los “duros” de la cuadra y los jóvenes eran obligados a ser militantes o morir. Escapar de nuevo fue la solución. Recorrieron caminos y mientras fue creciendo entre campamentos de recolectores de café, marimberos y cocaleros, sus manos se fueron volviendo ásperas: “Era preferible una rienda a un fusil”. Amigos tuvo pocos y de a uno los fue viendo unirse a diversos grupos, fallecer de diversas maneras “muy violentas todas” o simplemente desaparecer.

Algún día, hace algunos años, como pudo, regresó a una ciudad con una violencia, si se quiere, menos evidente pero más profunda y oscura. No tenía nada. Durmió bajo un puente, se cobijó con cartones, comió sobras de la basura, pero lo suyo no era ser indigente. Como había podido, “dignamente” se había procurado lo básico, pero ya no podía volver a los lugares donde había estado. Su negativa a “unirse” por poco le cuesta la vida y el buscaba “algo diferente”.

Fue en ese momento cuando conoció a “Gilberto” un sujeto que le abrió las puertas de su casa. “bueno, quizá no era una casa”, eran unas tablas de madera, amarradas de cualquier modo y con un techo de lata. Pero Gilberto se sentía orgulloso de salir cada día a recoger reciclaje. Juntos fueron a largos recorridos por la ciudad y Ricardo pudo juntar unos pesos, que claro, compartió con Gilberto. Allí nació una amistad de ya casi treinta años. Participaron de asociaciones, de beneficios de la municipalidad. Hicieron amigos, novias y luego esposas. A Ricardo se le ilumina el rostro al hablar de sus dos hijos. “Están en la universidad… una pública – aclaró –”.

 

“No ha sido fácil, pero cuando los pobres nos juntamos y trabajamos honradamente, muchas cosas se pueden lograr”. “Tengo mi casita, tengo a mi mujer, tengo mi trabajo pero lo más importante es que ayudo a mi gente”. Su gente como la llama es una asociación de recicladores de las que es uno de los líderes. “Ya no reciclo, pero no olvido que cuando tuve hambre, mis amigos me alimentaron, estuve enfermo y me acompañaron, me ayudaron a construir lo mío y por eso, todos los días ayudo a construir lo de alguien más”.

Continuó hablando de que la violencia, el narcotráfico y la prostitución son “el diario”. No es que se haya acostumbrado a vivir así, es que en lugar de quejarse prefiere ocuparse de hacer el bien. Hablo de las miles de oscuras historias que se escuchan y de las que ha sido testigo en las calles, desde ajusticiamientos hasta bebés muertos en bolsas. Esa es una realidad que no podrá cambiar, pero asegura que si la gente tiene un plato de comisa en su mesa, aunque sea muy humilde, no se meten a delincuentes.

Como líder social y comunitario le han hecho atentados, se ha tenido que esconder y cuando las cosas se calman ha vuelto a aparecer. No le ha importado. Como tampoco le ha importado que la gente le mire por “encima del hombro”. “Es que así es la gente… tienen un peso y se creen mejores que el resto del mundo… aunque afortunadamente no todos son así… también ha conocido gente de “platica” que también ayuda.

Con una carreta llena de maleza que recogió, Ricardo fue alejándose con ese caminar cansino de quien no tiene afán y cuenta con la sabiduría para disfrutar de la vida. No tenía más respuestas o no quería darlas. En su silencio ha sobrevivido y ya entrado en sus años no quiere ser el personaje de ninguna entrevista, pero su rostro demuestra el carácter de alguien que desde muy joven decidió vivir y vivir de acuerdo a sus propios valores… los necesarios.

Por: Wilson Garzón Morales