Cuatro pilares del respeto
Cada día me horrorizo al ver las noticias en Venezuela, las personas aguantando hambre, las protestas, los muertos y los presos políticos. También sé que hay mucho de morbosidad por parte de los medios de comunicación que los transmiten. Y paso del horror a la risa con las elucubraciones de Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, aunque las de Evo Morales, presidente de Bolivia, son todavía más risibles. Por supuesto, es una risa respetuosa a su posición de presidentes, aunque llenarán los anaqueles de las “metidas de pata” memorables.
Con todo y eso, hay cosas que no dan risa. Más allá de los discursos, en estos países, incluyendo a Nicaragua y a Brasil, se han violado los cuatro pilares que sustentan nuestro modo de vida: el inalienable derecho a la vida y lo que la sustenta; el derecho a la libertad, con todos sus tipos de libertad y autodeterminación; el derecho a la propiedad privada y el derecho a la justicia.
Como latinoamericano y como empresario no puedo más que condolerme con la situación de estos países, sobre todo, porque son esos mismos cuatro pilares los que rigen el pensamiento empresarial. Sin estos cuatro derechos, nosotros no podríamos ser emprendedores ni hacer empresa.
Es cierto que la violencia estatal, la corrupción, el hambre fiscal y el deseo de controlar las cosas sin una verdadera rigurosidad científica, son males transversales a todos los países de América Latina.
Es cierto que la inequidad es inconmensurable y también es cierto que, a pesar del discurso, nuestros gobiernos crean el escenario para la delincuencia y la informalidad. Pero lo que también es cierto que aunque nos cuesta una formidable lucha, los latinoamericanos somos sujetos libres que podemos construir nuestro futuro con nuestra inteligencia y nuestro esfuerzo. Hasta los delincuentes tienen espíritu empresarial.
No es imperialismo, ni siquiera es capitalismo ni empresarismo, es el simple respeto por nuestra condición como seres humanos pensantes. Esa capacidad de decidir y de luchar por nuestras propias vidas es lo que se les está arrebatando a los ciudadanos de estos países hermanos y por eso tenemos que protestar.
Las voces se deben levantar más alto. Aunque la invocación de la Carta Democrática por parte de la OEA, fue un buen esfuerzo, el intríngulis diplomático impide que se digan las cosas como son.
Ya basta de esa falta de respeto.