Si cree por algún momento que puede escapar de ser ambos, piénselo otra vez. Ambas ideas superan el ámbito de lo normal y están más allá del bien y el mal, y se convierten en sintomáticos para determinar qué tipo de gerente es el que se tiene al frente o simplemente descubrir comportamientos propios que están contribuyendo a que fracase en su proyecto empresarial.
Una entidad estatal me contrató para dar un entrenamiento en pensamiento estratégico a algunos de los emprendedores de las zonas más apartadas, ciudades pequeñas, rurales e intermedias.
Parado frente a ellos, en silencio y antes de empezar hice una pregunta: ¿y ustedes a qué vinieron?
En el mundo capitalista y con predominio de la propiedad privada, en un país con pocas oportunidades de empleo y con muchas oportunidades para el desarrollo, es normal que las personas sueñen permanentemente con tener su propia empresa.
En un principio creía que esta idea era generalizada, pero no es así. Hay emprendedores y empresarios que tienen esa combinación que me parece fantástica entre una buena idea de negocios y la pasión por consolidarla como un proyecto de vida.
Pero hay otros, que las diferentes circunstancias de la vida, sumadas a la existencia de subvenciones tanto del gobierno como de diversas entidades, los llevaron a meterse en proyectos en los cuales realmente creen muy poco y sólo están a la espera de cualquier cosa que les den.
Las diferencias entre los unos y los otros son grandes y mientras unos con su actitud rompen las rocas, los otros simplemente están al vaivén del viento.
Es entonces cuando son perceptibles líneas de conducta que los caracterizan: mientras que para algunos son comunes las expresiones de “buscarle la comba al palo”, es decir, en el contexto de buscar la oportunidad, “ayúdate que yo te ayudaré” y “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”; para otros lo común son expresiones tales como: “que sea lo que Dios quiera” y “Dios proveerá”; términos que literalmente escuché en este proceso de formación.
En este escenario empecé a identificar comportamientos sobre los que había leído pero que no había tenido la oportunidad de verlos en acción en relación con el personal, los clientes y los proveedores:
• Cuando usted le da una instrucción a su personal, tiene que repetirla varias veces y en ocasiones casi arrodillarse para que se cumpla.
• Cuando visita a un cliente, le reza a todos los espíritus y concede lo que sea con tal de que le compre y luego tiene que tirar las cartas para adivinar cuándo este cliente le va a pagar.
• Cuando hace un pedido, tiene que llamar repetidamente para que se lo entreguen y luego hace todo tipo de caras de misericordia para retrasar los pagos.
Estos, mi amigo, son comportamientos de mendigo.
En la otra esquina hay una conducta que tampoco es muy apetecible y se distingue porque son personas que siempre creen tener la razón sobre todo, nunca pierden una discusión y cuando negocian quieren “pan y pedazo”, sin importarle los demás. Manejan a su personal a gritos, pues realmente carecen de autoridad. Acorralan a los clientes y a los proveedores y permanentemente están buscando sacarles la mayor tajada de lo que sea, y lo peor de todo es que se creen verdaderos empresarios y negociantes y regularmente se dedican al comercio. Son arrasadores y no respetan. Ésta es la actitud depredadora, personas con las que a veces prefiero no tratar y son el tipo de cliente que también a veces es mejor no tener.
En mitad de todo esto y visto desde lo empresarial hay un tercer comportamiento que simplemente, por conveniencia, llamo “gerencial”. Tiene la fuerza del depredador pero complementada con la diplomacia, el respeto genuino y la cortesía y, sobre todo, una definición clara de lo que significa la dignidad.
Según la definición del diccionario la dignidad es la defensa de los propios valores y eso me llevó a preguntarle al grupo que tenía en frente: por favor piensen y díganme, desde lo que hacen y no desde lo que creen, ¿Cuáles son los valores que ustedes en la práctica defienden? El resultado del ejercicio fue que más de la mitad aceptó que en realidad tenía comportamientos de mendigo, otro grupo aceptó ser más depredador y sólo un número muy reducido de personas se mostró en la práctica con un comportamiento gerencial.
Le repito que el ejercicio consiste en evaluar lo que hace en su cotidianidad y dejar de lado lo que cree o lo que piensa de esos comportamientos y de ninguna manera dar justificaciones. Por eso, le pregunto: ¿Es usted mendigo, depredador o gerente?
Wilson Garzón Morales