Revista 22

Empresarios y criminales:

Estaba escuchando en las noticias que en este momento hay cerca de trescientas drogas alucinógenas nuevas y que el objetivo principal para su venta son las instituciones educativas en todo el mundo y mi reacción fue pensar sobre qué es lo que tienen en la cabeza estas personas; estos criminales que atentan contra la juventud buscando un lucro. 

En esa reflexión me di cuenta de que existe un factor común y es el grado de inconsciencia que tienen un narcotraficante, una persona que mata a otra por robarle un celular y no son muy diferentes a un empresario que envenena la tierra por sacarle minerales o petróleo.

Incluso no son diferentes a los funcionarios públicos que reciben dádivas por entregarle un territorio a una multinacional minera a costa del bienestar y el futuro de la población y con la falsa excusa de generar empleo.

Es más, tampoco son diferentes a aquellos que deforestan o tienen chimeneas que contaminan el ambiente. La motivación es la misma.

Ese empresario que ensucia un río arrojando directamente sus desechos al agua, o ese que a sabiendas de que sus empaques no son amigables con el medio ambiente y aun así lo saca al mercado, en realidad no tiene ninguna diferencia con ese criminal que tumba el bosque para sus cultivos de plantas alucinógenas.

Y el problema es que tienen otra cosa en común más allá de la avaricia y de la inconsciencia y es que no les importa. Por más que existen programas de responsabilidad social y ambiental, sólo unos pocos escuchan el llamado, la gran mayoría hace caso omiso.

Me pregunto ¿qué pensará el hijo de un narcotraficante al saber que su papá envenena a los niños del mundo? Y también ¿Qué pensará el hijo de un empresario al saber que su papá es un destructor y contaminador del medio ambiente?

Y no hablo sólo de los norteamericanos que practican el fraking o la fracturación hidráulica para la extracción de petróleo o de aquellos que han traído esa práctica a América Latina. Damos por descontado que ellos no tienen consciencia. Pienso es en el empresario que podríamos llamar normal, el de la pequeña y la mediana empresa que conscientemente se “salta” las buenas prácticas medio ambientales.

Destruir el medio ambiente está penalizado, tiene multas y en algunos casos, da cárcel, pero los controles son insuficientes y la autoregulación es mínima por lo que a muchos empresarios se les facilita comportarse como un criminal y no pasa nada, ni siquiera un cargo de consciencia.

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